23 de març de 2018
Carta al herrero Llarena
Lo escribe el juez Llarena en su motivación de causa. Da para encerrar en cónclave a todos los catedráticos de lengua española hasta que propongan un análisis sintáctico de la frase. Y también da para una réplica en forma de prosa limpia, escrita por cierto desde Ginebra, sobre lo que motiva el encierro de un hombre cualquiera. Es de Mercè Rodoreda y forma parte de su novela póstuma La muerte y la primavera. Resulta que vinimos a Madrid para presentarla en la librería Mujeres y al bajar del tren hemos topado con esto.
"Mientras mi criatura y el chico del herrero corrían por los campos en la negra noche o por el bosque o por las Piedras Altas, yo, a solas y como sin pensarlo, iba a ver al preso. Me sentaba a su lado y cuando estaba cansado de estar allí me iba. Un día, sin que le preguntase nada se puso a hablar conmigo. Me dijo que tenía que vivir fingiendo que se lo creía todo. Fingiendo que se lo creía todo y haciendo todo lo que los demás querían, porque si lo habían encerrado cuando era joven era porque sabía la verdad y la decía. No la verdad de los hombres de la cara arrancada. La de verdad… [...] ni los hombres ni las mujeres pueden oír lo que digo… y me decía que todo era mentira. Y antes no querían oír lo que yo decía y ahora no se lo quiero decir. Todo lo que ellos dicen es mentira… los que dicen que una serpiente se volvió de agua… y quieren creer y necesitan creer que si llenan de cemento la boca el alma de la persona se queda en el cuerpo. Y necesitan creer que vendando los ojos de las mujeres que tienen una criatura dentro no se enamoran de otros hombres y que todos los hijos se parecen a los padres… y no saben que si les vendan los ojos es para que la criatura esté mal antes de nacer… no lo ven, pero lo que yo digo es la verdad… Y creen que hay que pasar el río y que hay que morir por pasar el río. Que el pueblo solo puede estar plantado sobre el río en vez de estar plantado en las Piedras Altas o en el bosque de los arbolados y hacer el cementerio en la punta de la Maraldina… Y las sombras de los caramenos no las ha visto nunca nadie. Nadie ha visto nunca una sombra y nadie sabe si el pueblo de esos hombres es un pueblo o es una nube… Pero los vigías vigilan y lo que vigilan no está en ningún sitio… Y van mutilando a los hombres porque dicen que una sombra se juntó con otra… tienen miedo. Quieren tener miedo. Quieren creer y quieren sufrir… sufrir y nada más que sufrir y ahogan a los que se mueren para que aún sufran más… para que sufran hasta el último momento, para que nada sea bueno, y si te arrancan la cara las piedras y el agua es por el bien de todos… y si vives pensando que el río se llevará el pueblo no pensarás en nada más… que te arrastre el sufrimiento pero no el deseo… porque el deseo te hace vivir y por eso les da miedo. El miedo al deseo se los come. Y es para no pensar en el deseo que quieren sufrir y ya de pequeño te mutilan y te clavan el miedo detrás de la cabeza… porque el deseo hace vivir te lo matan mientras vas creciendo… el deseo de todas las cosas… y si cuando eres mayor…"
Traducción de Eduardo Jordá, edición de Alejandro Dardik. Que Rodoreda los tenga en su gloria. Y que seáis muchos los madrileños en asistir mañana a la charla sobre el herrero, el preso y el suicidio en La muerte y la primavera.
Publicat per Maria Bohigas Sales a 17:37
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